martes, 23 de febrero de 2010

desde biblioluces

Viene de lejos el interés por hacer de la lectura una herramienta viva de desarrollo intelectual. Por eso un día la escuela decidió volcar todo su tesón curricular en promover el conocimiento de la literatura, en todas sus vertientes. Y ya se sabe que cuando la escuela se apropia de un saber, lo envuelve y lo digiere hasta que se transforma en un quimo agrio y espeso, que aprovecha solo a medias y, a menudo, produce ardores. Y hasta úlceras.

Con los delicados planes de lectura, las administraciones educativas amansan la fiera de la mala conciencia, siembran consignas más o menos inteligibles y ahondan en necesidades que de puro abstractas se tornan vacuas. Mientras, desde la barrera, la pregunta que nos formulamos es: la lectura, el conocimiento de la lengua y de sus posibilidades expresivas y estéticas, ¿son importantes para el desarrollo integral de una persona? Hombre, pues sí. ¿La escuela está en condiciones de formar lectores competentes? Sin duda. Y ahora: ¿de qué forma puede hacerlo?

Nosotros, ignorantes hasta el punto de que presumimos de no contar con ningún códice de recetas sanadoras, contribuimos complicando en el trabajo diario una pequeña dosis de afecto por la palabra, intentando trasladarlo a los chavales con el entusiasmo de quien transmite lo que realmente le gusta. Con esta premisa iniciamos hace unos meses la tarea de elaborar y mantener una sencilla bitácora, dirigida a la reducida comunidad escolar de Luces, que nos conoce; contando con este pequeño ascendiente, nos pusimos a la tarea de habitar el espacio de la biblioteca, una estancia un tanto apartada al final de un largo, angosto y oscuro pasillo (la descripción viene que ni pintada…), un lugar donde el encuentro con el cine y los libros (palpables o virtuales) se atreviera a plantarle cara a los encorsetados programas y desarrollos curriculares, haciendo propias las divisas de las llamadas nuevas tecnologías y que a nosotros, bien sea por viejos o por talludos, ya no nos parecen tan nuevas.

Una vez asomados al balcón, contemplamos atónitos el horizonte inmenso de cuanto nace y crece a la luz del gigantesco fenómeno de internet, y aprovechándonos de un germen creativo que no se puede aguantar, nos decidimos por ofrecer iniciativas y materiales propios que, de paso, pudieran resultar de utilidad a todos aquellos con inquietudes comunes.

El resultado, lo tangible, es la bitácora misma, que crece a medida que vamos dando forma a nuestras ideas. Añadiría también el clima afable, de verdadera colaboración, que se ha creado entre los compañeros implicados. Y, cómo no, las modestas conquistas escolares, batallas libradas contra el desinterés y la apatía, que se resuelven en un buen manojo de sonrisas o en la tan esperada, anhelada pregunta: “Y hoy, profe, ¿qué hay para leer?”.



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